jueves, agosto 09, 2007

Algo tetrico

Pillado en una web, lamento no recordar cual, es de las muchas cosas que tengo perdidas por el disco duro.Tampoco se si todo lo sigue es verdad, que conste.

-En sus últimos días, Ludwig van Beethoven pidió que le trajeran vino de Rüdesheim -su mosto preferido-, a pesar de que ya no tenía fuerzas para levantar un vaso con sus manos. Un amigo le dio de beber el deseado vino con una cuchara, con el desastroso resultado de derramar la mayor parte de la porción. Beethoven, moribundo, exclamó: “¡Qué lástima, Dios mío, qué lástima!”.

-“¿Quién es?”, dijo Billy the Kid, en una pieza oscura, justo antes de que el sheriff Pat Garrett le disparara un certero balazo en el corazón.

-A Phineas Barnum, el fundador del legendario Barnum Circus, a la hora de despedirse del mundo sólo le interesó preguntar: “¿Cuánto se recaudó hoy en el Madison Square Garden?”.

-Conocido por las insuperables cantidades de alcohol que consumió durante su vida, Humphrey Bogart comentó sus últimos instantes con estas palabras: “Nunca debí cambiarme del scotch a los martinis”.

-Condenada a ser decapitada por presunto adulterio y alta traición, Ana Bolena fue llevada al cadalso, donde consoló a su verdugo diciéndole: “No le dará ningún trabajo: tengo el cuello muy fino”.

-Con el sueño frustrado de la unificación latinoamericana, Simón Bolívar murió resignado a meditar lo siguiente: “Los tres mayores necios que ha habido jamás son Cristo, el Quijote y yo”.

-Director de películas de notorio corte surrealista, como “El perro andaluz”, donde lo mínimo que sucede es que a una mujer le rebanan el glóbulo ocular con una navaja, Luis Buñuel se limitó a constatar lo que le estaba sucediendo al morir: “Me muero”. Idénticas palabras dijo Antón Chéjov, aunque muchos aún afirman que el escritor ruso murió exclamando: “¡Champán!”.

-Lewis Carroll, después de haber creado auténticos monumentos a la imaginación, como “Alicia en el País de las Maravillas”, murió solo en su casa, rabiando con su enfermera: “Quíteme esta almohada. Ya no la necesito”.

-A Winston Churchill se le han atribuido numerosas últimas palabras -e infinitas citas citables-, pero lo más probable es que haya partido al patio de los callados diciendo simplemente: “¡Todo es tan aburrido!”.

-Cuando volvía en un barco desde México, donde había ido a gozar de una beca Guggenheim, el poeta estadounidense Hart Crane exclamó “¡Adiós a todos!”, se lanzó por la borda y desapareció para siempre entre las aguas.

-El gángster estadounidense Francis Dos Pistolas Crowley, poco antes de tomar asiento en la silla eléctrica, se dirigió de este modo a sus verdugos: “¡Hijos de puta! Denle mi amor a mamá”. Más lacónico se mostró un compatriota suyo, el criminal estadounidense Jimmy Glass, quien afirmó antes de recibir su dosis de voltios: “Hoy me hubiera gustado más ir a pescar”.

-En su lecho de muerte, el novelista José Donoso al parecer no dijo nada. Sólo pidió que le leyeran el poema “Altazor”, de Vicente Huidobro.

-“Adiós, amigo mío, sin gestos, sin palabras./ Que no haya dolor ni tristeza en tu frente./ En esta vida, morir no es nada nuevo,/ pero vivir, por supuesto, es menos nuevo aun”, escribió el poeta ruso Sergei Esenin, a los 30 años, utilizando como tinta su propia sangre, y luego se colgó de unas cañerías de agua que había en su pieza de hotel.

-Aunque muchos han sostenido a pie juntillas que Johann Wolfgang von Goethe, al ver que se le oscurecía la existencia para siempre, hizo la filosófica y perentoria exigencia de “¡Más luz!”, es más probable que haya dicho simplemente lo siguiente: “Ven, hijita mía, dame la patita”. En alemán, al parecer, esto no suena tan ridículo.

-La mítica y embrujadora bailarina Mata Hari, condenada en Francia por espionaje a la pena de muerte, le pidió al oficial del pelotón de fusilamiento que le trajera un espejito, se empolvó bien el rostro y dijo: “Gracias, monsieur”.

-Conrad Hilton, fundador de la ciclópea cadena de hoteles que lleva su apellido, al ser consultado en su lecho de muerte si deseaba transmitir algún legado a sus empleados, contestó: “¡La cortina de la ducha hay que ponerla por el lado de dentro de la bañera!”.

-El poeta Vicente Huidobro, volviendo brevemente de la inconciencia de su agonía, les confesó a sus familiares: “Tengo miedo”. Poco después, o poco antes, hizo llorar a su fiel amiga Henriette Petit cuando, levantándose levemente de su lecho de muerte, la miró y le dijo: “¡Cara de poto!”.

-Todo parece indicar que el escritor Henry James saludó a la muerte con estas displicentes pero corteses palabras: “Al fin, esa cosa distinguida”.

-El escritor James Joyce, preocupado por las habladurías de la crítica sobre el carácter incomprensible de su novela “Finnegans Wake”, preguntó antes de morir: “¿En serio nadie la entiende?”.

-Después de la muerte de su esposa y de su hija mayor, Karl Marx perdió todo deseo de vivir y fue presa de numerosas enfermedades. Cuando Friedrich Engels le preguntó si le quedaba algún mensaje que dejarle a la posteridad, Marx, indignado, le contestó: “¡Fuera, desaparece de mi vista! ¡Las últimas palabras son cosa de tontos que no han dicho lo suficiente mientras vivían!”.

-Cuando Nerón fue condenado por el Senado a suicidarse, se negó a ensuciar con su sangre los mármoles de su palacio, por lo que su secretario tuvo que clavarle un puñal en el cuello. Nerón se puso entonces a llorar y, lamentándose de la vida que aún podía haber vivido, dijo: “¡Qué artista se pierde conmigo!”.

-Nostradamus, el profeta del siglo dieciséis, hizo su última predicción de la siguiente manera: “Mañana, ya no estaré aquí”.

-Después de una cornada taurina que lo dejó agonizante, el torero español Manuel Sánchez, Manolete, le consultó a su médico: “Doctor, ¿tengo los ojos abiertos? No puedo ver nada”. Y también dijo: “¡Qué disgusto le voy a dar a mi madre!”.

-El general estadounidense John Sedgewick, burlándose desde una colina del pobre desempeño enemigo, comentó: “Ésos no podrían acertar ni a un elefante a esa distan...”.

-Después de zamparse un letal trago de cicuta, al que había sido condenado por impío y corruptor de la juventud, Sócrates dijo: “Critón, le debo un gallo a Asclepio. No te olvides de pagárselo”.

-La sesuda escritora Gertrude Stein, enfrentada a su hora terrible, se interrogó enigmáticamente a sí misma: “¿Cuál es la respuesta?”. Después de meditarlo un momento, dijo: “Y, en ese caso, ¿cuál es la pregunta?”.

-El borrachísimo poeta galés Dylan Thomas, que decía haber bebido su primer whisky a los 4 años, se fue de este miserable mundo después de una feroz curadera que lo hizo exclamar: “Me he bebido dieciocho vasos bien llenos de whisky. Eso es un record. Eso es todo lo que yo he conseguido en 39 años”.

-El escritor Bernard Ville, señalando un montón de manuscritos inacabados sobre su lecho de muerte, le hizo el siguiente encargo a su hijo: “Charles, escribe en las últimas páginas, con grandes letras, la palabra FIN”.

-Pancho Villa, el revolucionario mexicano que puso de cabeza a Estados Unidos, fue herido mortalmente en un atentado, pero aún tuvo tiempo de rogarle encarecidamente a un periodista: “¡Escriba usted que he dicho algo!”.

-El poeta estadounidense Walt Whitman, que en sus últimos años había buscado frenéticamente algo coherente y glorioso y patriótico que heredarle a la humanidad desde su lecho de muerte, se dio por vencido al ver que ya no había caso y, expirando, exclamó: “¡Mierda!”.

2 Comments:

Blogger amelche said...

No sé yo si esto será verdad... También dicen que en la tumba de Groucho Marx pone: "Perdonen que no me levante".

Lo de Walt Whitman, casi que me lo creo: se tiró no sé cuántos años volviendo a escribir, añadiendo poemas, etc. sólo un libro de poesía... Como para pensar rápidamente en algo que decir, con lo lento que era.

10:48 p. m.  
Blogger xnem said...

Creo que me quedo con el último.

Bon día!

9:56 a. m.  

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