Mi infancia
Cuando era pequeña, en el mismo bloque donde vivía, había tres niños más. Dos de ellos eran hermanos. Héctor, David y Natalia, mis vecinos de la infancia, compartieron conmigo muchos momentos inolvidables. Isa vivía en el bloque de al lado y se nos unía. Era la mayor.
Nos reuníamos en el patio y allí dábamos rienda suelta a nuestra imaginación. A veces, convertíamos aquel espacio entero en una casa colocábamos juguetes ubicados según “las habitaciones”. Recuerdo que una vez, Natalia se bajó un teléfono rojo, viejo, y lo colgamos en una pared del edificio. Nos encantaba hacer que nos llamaban. El banco del patio era el sofá y el tronco talado de un árbol que había justo delante era la tele.Hacíamos lo que se suponía que hacía una familia.
Nos reuníamos en el patio y allí dábamos rienda suelta a nuestra imaginación. A veces, convertíamos aquel espacio entero en una casa colocábamos juguetes ubicados según “las habitaciones”. Recuerdo que una vez, Natalia se bajó un teléfono rojo, viejo, y lo colgamos en una pared del edificio. Nos encantaba hacer que nos llamaban. El banco del patio era el sofá y el tronco talado de un árbol que había justo delante era la tele.Hacíamos lo que se suponía que hacía una familia.
Durante una época, nos dio por jugar con unas raquetas de plástico y una pelota amarilla de espuma, a tenis o a frontón. David y Héctor competían por ver quién era el mejor. Natalia y yo jugábamos a veces a las gomas de saltar, cantando aquello de:
Fortunato, Fortunato,
no es un perro ni es un gato,
es un lobo muy sensato,
nuestro amigo Fortunato
A veces hacíamos bailes, o íbamos al bar de “Las Parras” a comprar bolsas de pipas Plis Plas, que eran pequeñas y valían a duro. La dueña se enfadaba cuando le pedíamos un vaso de agua.
Nuestras madres nos lanzaban los bocatas de chorizo o de Nocilla por la ventana. A David y a Natalia, su madre les cortaba los bordes del Bimbo. Si hacía frío, nos tiraban chaquetas.
A veces pintábamos el suelo con tizas de colores y dibujábamos una charranca para jugar.
Íbamos al kiosco de la Frigo, al final de la calle, a comprar polos. Yo le pedía una moneda de 25 pesetas a mi madre y con eso me compraba un Popeye de naranja o de limón. A Héctor le encantaban los de leche, y como tenía los dientes muy sensibles, los chupaba sin morderlos nunca y le duraban más.
Íbamos al kiosco de la Frigo, al final de la calle, a comprar polos. Yo le pedía una moneda de 25 pesetas a mi madre y con eso me compraba un Popeye de naranja o de limón. A Héctor le encantaban los de leche, y como tenía los dientes muy sensibles, los chupaba sin morderlos nunca y le duraban más.
A David le dio una temporada por los luchacos. Se los hizo su padre con dos palos de madera, unidos por una cadena y forrados de cinta aislante.
Natalia se enfadaba por nada y lloraba a menudo. Era la pequeña, hasta que aparecía Samantha, Sammy, nieta de una vecina del bloque. Entonces las dos se juntaban y se olvidaban de nosotros.
A veces también se nos unían Joan o Irene y hacíamos una buena piña.
A veces también se nos unían Joan o Irene y hacíamos una buena piña.
En el patio no nos dejaban jugar a pelota. La “momia”, así la llamábamos, se asomaba a la ventana y nos llamaba la atención. Decía que la pelota rebotaba en su pared y eso le daba dolor de cabeza. Un vecino andaluz se asomaba a la ventana y gritaba: “No sus acustumeis a jugar” . Desde entonces le bautizamos como el “Nosuacutumei”.
Una tarde, estábamos hartos de tantas quejas pese a que sabíamos que éramos niños muy buenos, nada gamberros. Entonces, nuestro modo de queja fue crear ANCEV, la Asociación de Niños Contra El Vecindario. Pintamos nuestras siglas en la pared del bloque, y tardaron bastante en borrarse. Fue nuestra única forma de manifestación en contra de unos vecinos, la mayoría mayores, que no entendían que ¡no éramos más que niños! Otras veces nos bronqueaban por llenar el patio de pipas. Se nos cortaban los labios de la sal, pero no podíamos parar.
Una tarde, jugábamos al escondite, y Natalia se escondió detrás de un coche, en la cera de enfrente. Pasaba en aquellos momentos un coche de policía, que no dudó en pararse a mirar qué pasaba, pensándose que alguien se ocultaba de ellos. Ella se llevó un buen susto y al poli se le quedó cara de imbécil.
También jugábamos al pica pared y hacíamos trampas.
Nuestras frases eran:
¡Tú la paras!
¡Tú la paras!
¡Yo no mago!
¡Maricón el último!
¡Polis y cacos!
¡Peste alta!
¡Peste baja!
¡Tengui!
¡Falti!
Uno de los mejores regalos que le hicieron a Héctor unos Reyes, fue una grabadora. Nos grabábamos haciendo radionovelas, series, programas, o simplemente diciendo tonterías. También le regalaron un órgano Casio PT1, que nos encantó a todos porque llevaba melodías grabadas y tocábamos las teclas como si fuéramos nosotros los que hiciésemos música.
Durante una época también nos dio por jugar a póker. Nos apostábamos las fichas del Conecta 4, como si estuviéramos en un casino.
A mí, una vecina marimacho de otro bloque, me robó mi Chabel y aquello me afectó mucho. Como tenía muchos hermanos, uno de ellos me amenazó diciendo que si volvía a decir que su hermana me había robado la muñeca me iba a cascar. Días después, me encontré una bolsa en el patio, con la Chabel y los accesorios dentro, pero sucios y muy estropeados.
El mejor regalo de Reyes de mi vida fue la Caravana de la Chabel. Nunca lo olvidaré. Aún la guardo.
Ahora Natalia, David y Héctor siguen viviendo en el mismo bloque. Natalia lleva temas de estética y tiene novio, David tiene novia y trabaja arreglando trenes, Héctor es comercial. Yo periodista.
En realidad, cuando nos vemos, por separado (no hemos vuelto a quedar todos juntos), sabemos que somos los mismos y aún tenemos una conexión especial, que nos hace reírnos y entender nuestras cosas. En más de una ocasión recordamos que hemos sido ANCEV. Eso no se le olvida a una en la vida. Porque aquellos días eran auténticamente baratos y extraordinariamente felices.
4 Comments:
Lo había leído ya en tu blog. ¡Qué tiempos aquellos!
La verdad es que la familia Chabel "Chabel Chabel que bien!" se ve terrorífica con la música de la chica del espejo.
Que recuerdos tan lindos !!! me has dejado toda emocionada leyendote que tiempos mas lindos y que los sigas viendo tambien es especial
Besosssssss
Bendita infancia y benditos aquellos tiempos en los que los niños podian jugar solos en la calle.
Hoy ninguna madre que se precie lo permitiria por temor a que los camellos les vendan porros, pastillas o dios sabe que, por si los niños caen victimas de algun degenerado, o si los atropella un coche.
La calle a dejado hace mucho de ser el lugar de juegos que algunos conocimos. Ya no es seguro estar en ella.
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