miércoles, octubre 04, 2006

La farola (ficción)


La calle desierta por la noche. Todo es calma fuera, pero llueve dentro. Me he convertido en un mirón que todo lo mira, todo lo observa… menos a sí mismo. Porque todo me ha enseñado a no quererme nada y a no mirar en mí ni por mí. Al menos aquí, en este hostal en el que ahora habito, no he de dar más explicaciones que unos billetes cada fin de mes. El precio es abusivo, pero todo en este sistema lo es. Todo es abusar.
Anoche me quedé perplejo con un niño sucio que se paró junto a mi moto y me pidió colocarse mi casco. Se lo puse yo mismo y salió corriendo despavorido. A lo lejos soltó un gritito de placer, mientras sus piernecitas se movían a gran velocidad. Y me sentí vivo. Contento. Alguien era feliz por mí, o más bien a mi costa. Mi padre se hubiera reído mucho si hubiera presenciado el percal y de su boca cariada hubiese salido esa frase lapidaria que apestaba tanto como su aliento: eres un pringao.
La calle desierta por la noche es un respiro. No me gusta la gente. Es un padecer cruzarme con ellos cada día y poner caras y hacer papeles, siempre igual. Actuando.
No quiero actuar más, no me gusta. Soy un puto pringao. Pero no quiero ser nada más que eso. Nunca tuve otra aspiración más que dejar de trabajar. Estoy hecho de la pasta de los sueños débiles. Me canso pronto de todo, porque nunca me faltó de nada. Ni tan siquiera mala suerte.
Ahora estoy apoyado aquí en el balcón, casi esperando a que tú llegaras y me rescataras de este mal sueño del que no despierto porque no estoy dormido.
Ahora estoy aquí apoyado, sentado, observando el mundo, los cambios, los pisos, el silencio, el bar cerrado y todo cerrado, abierto a esperarte. Nada mejor que hacer. Nada mejor que esperar. Porque esperando mantengo la ilusión de tenerte y no. De no haberte perdido una tarde enfermiza, demasiado obsesionado, obtuso y borracho, con todas las nimiedades que el mundo vende como primordiales. Ya sabes: una hipoteca, una cerveza, el cigarrillo, un bocadillo de jamón y un solitario de cartas para no tener que hacer gala de mi competitividad más que con una baraja. Ya sabes, aquellas pequeñas cosas que me alejaron de lo imprescindible.
A mí no me falta de nada. A mí me sobra de todo. Tengo historias y muchas bolsas de plástico en las que guardo cosas. A mí no me falta de nada. Tengo paranoyas que me introducen poco a poco en el mundo de los locos y me pregunto si no vale más la pena todo esto que la cordura.
Me cruzo con personas mayores tan patéticas como yo, pero con mucho menos que contar. Hay un gato que da vida al edificio y es más longevo de lo que nosotros jamás pudiéramos soñar.
Tras el biombo que separa el restaurante de la sala de charla, una chica come cada día tortilla de patatas placenteramente. Comienza el ritual. Se detiene en cada pequeña porción y le resulta un desfogue tragarla lentamente. Un único modo de sentir el mundo y sostenerse en la tierra. Nunca ha hablado con nadie.
Una señora mayor espera cada 6 de enero a que vengan los Reyes Magos y le dejen algo. El dueño del hostal le deja pequeños regalos en la habitación en la víspera, sin que ella se entere y en la mañana despierta nerviosa como un niño. De verdad cree que el milagro de la Navidad llega a su puerta cada día de Reyes.
Tengo una llave oxidada en mi bolsillo con la que abro la habitación cada día. Es el único símbolo de pertenencia de algo o de ficticia intimidad. La chica de la tortilla dispone de una de las peores habitaciones del hostal. Es claustrofóbica y sin ventilación. Da a un patio de despensa, un lavadero y una mísera luz que lo impregna todo de nostalgia. Cualquier tiempo y lugar siempre fue mejor. A veces la veo salir y acercarse a la Iglesia que hay justo al lado de este edificio errante y equivocado. Entra frenética y sale con paz.
Y abro la boca de sueño, en mitad de esta calle desierta por la noche.
¿Vendrás?
Se ha apagado la última farola.

10 Comments:

Blogger MaLena Ezcurra said...

Se ha apagado.

No digo nada más, te quedaste con mi emoción.

Llueve adentro.






Te beso.

12:09 a. m.  
Blogger El Tanguero Nocturno said...

Soledad, asiendad, lástima por uno mismo; tenura... siempre logras trasmitirme sentimientos, a través de tus bellas imágenes Pam.

"Nada mejor que esperar. Porque esperando mantengo la ilusión de tenerte y no. De no haberte perdido una tarde enfermiza, demasiado obsesionado, obtuso y borracho, con todas las nimiedades que el mundo vende como primordiales."

Narrativa sincera y directa, ésa que sabe contar.

"Se ha apagado la última farola" ... y yo sigo esperando que termine octubre...

Besos de esperanza inútil.

1:02 a. m.  
Blogger Marga said...

Joder, Pam, chapó!!!

Leerte recién llegada al trabajo es un airecillo limpio aunque la historia se me haya colado por cada agujerito...

Joer, joer, viva la niña morena!!

9:24 a. m.  
Blogger Pam said...

Gracias, amigos. Un homenaje a la melancolía y a todos los que alguna vez se sienten solos.

5:55 p. m.  
Blogger MaLena Ezcurra said...

Pam me maravilla cuando los otros son felices y no dejan de mirar.


Te abrazo linda catalana.

6:14 p. m.  
Blogger Pam said...

Gracias, Male, ya sabes, todos estamos en la vida, en un lado o en otro alguna vez: en el de los solitarios y en el de los acompañados. Ambos lugares nos enseñan y nos sirven...Lo importante es quedarse con lo positivo de ambos...
Eres un sol

7:20 p. m.  
Blogger El Tanguero Nocturno said...

Gracias Pam. =0)

9:45 p. m.  
Blogger Noctiluca said...

PAM
Me encanto !! la soledad puede disfrutarse o sufrirse mucho... y el mundo puede ser un lugar de risa o un sitio inhospito.

Pero las luces y las sombras de la farola se alternan...

Besitos a la narradora !!

10:11 p. m.  
Blogger Cronopio444 said...

Buen relato, sí señora. Con las dosis necesarias de vida y movimiento, antes del principio y después del final... La historia comenzó en algún momento, y finalizará cuando el narrador pierda la voz, ya lejos de nosotros, los lecto-mirones. ¡me gustó!

10:00 a. m.  
Blogger amelche said...

Muy bueno, sí.

3:13 p. m.  

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