Cuatro días en Cádiz dan para mucho. Aunque sólo sea lejanía, distancia, tentaciones de convertirse en un señor amable y dejar de despotricar como tantas veces. Olvidar que por estos mundos del Dios Blog tampoco es todo felicidad y armonía, y a veces más bien hay poco de eso y mucho de lo de siempre, de lo de todos los días, de lo de somos lo y los que somos, no hay más. Cádiz, San Fernando, Jerez, El Puerto de Santa María, Vejer, Medina Sidonia, un paseíto por el pinar de Barbate y por los acantilados, y uno acaba como nuevo, bien comidito, bien bebidito y algo más fuerte para el regreso, siempre inevitable. ¡Qué bien!
Hemos entretenido estos días con la observación, entre perpleja y antropológica, de la nueva moda femenina, a la que, por abreviar, daremos el nombre de “pies de oso”. El elemento básico indispensable son esas botas (o lo que sean) que habréis visto en muchas zapaterías, parecidas al calzado de los esquimales, pero con mucha pelambrera colgante: ¡los pies de oso! El conjunto se completa con unos leggings (vulgo leotardos) y una falda muy corta que hay que andar recolocando constantemente. Esto de la recolocación de la ropa, por cierto, es un asunto que daría bastante juego, y sobre el que quizá vuelva otro día. De cintura para arriba, las variaciones son múltiples, siempre que no nos salgamos del modelo general: ropa muy ceñida y muy corta. Personalmente, encuentro el look resultante más bien horroroso, pero eso no importa: a fin de cuentas uno es un carca reviejo y cascarrabias (más valdría que me fueran jubilando…). Lo que más me ha llamado la atención es lo “inter-generacional” del asunto… Desde niñas de diez hasta “señoras” de casi treinta, unidas en la alegre exhibición (esto es probablemente lo único que me gusta del asunto) de mollitas, mollazas y mollones rebosantes.
Podéis imaginaros las sesudas reflexiones a que nos hemos entregado al respecto del tema en estos días desocupados. Resumo: el imperio de la moda y el consumo es imparable; valores imprescindibles como la aceptación de uno mismo, la libertad y la comodidad han sido reconvertidos en puro exhibicionismo gregario, y además terriblemente incómodo; son siempre las mujeres las que sufren las consecuencias (¡y se las educa y se las tienta desde niñas!); y en este mundo hay unos cuantos que empezamos a sobrar, y a los que nos deberían facturar, urgentemente, a cualquier otro planeta, lo más obsoleto, anticuado, punky y lisérgico posible.