Alguna vez soñamos que todo cambiaría. Que los valores y el modo de vida que considerábamos justos y racionales acabarían generalizándose, por pura necesidad, por pura supervivencia. Fuimos, hemos sido, somos, seremos, los lunáticos, los utópicos, los no-realistas, los engañabobos. Escondidos en nuestras madrigueras, ladramos nuestro rencor por las esquinas, empeñados en no querer ver lo evidente, en no escuchar lo que ensordecedoramente se impone, en no disfrutar del delicado y embriagador olor a mierda podrida de nuestro entorno.
Nos queda poco tiempo. Cansados, vencidos y humillados lamemos nuestras heridas y ponemos cara de buenos chicos, de chicas encantadoras, de señores serios y señoras eficacísimas. Ejercitamos nuestro compromiso, fieles a cuatro o cinco verdades que nos negamos a abandonar “ahí afuera”, que llevamos con nosotros allí donde vamos, cofrades de una logia casi secreta y anticuada. Procuramos disimular usando los nuevos medios, abriendo por ejemplo extraños blogs que casi ni nosotros mismos leemos, intercambiando consignas de existencia, de duración, …de hastío.
Aquí estamos. Con la duda de si valdrá la pena abrir la boca cada vez. A la espera. Asistiendo al espectáculo, comprobando cómo aquí todo acaba convertido precisamente en espectáculo, en la sensación del momento, en el rápido consumo de objetos de todo tipo, que a renglón seguido negará la memoria, cualquier clase de memoria, o reconvertirá hechos e ideas a mayor gloria y beneficio de los mercaderes intemporales, de los “comunicadores” heroicos del vacío que estalla en mil luminarias para tu disfrute exclusivo, cateto rodeado de aparatitos y de cochazos que demuestran quién eres, un triunfador, un habitante del nuevo mundo perfecto, de la realidad soñada en la que tú serás lo único importante, sí señor; tú, porque tú te lo mereces, por gilipollas, hombre, mujer, ombligo del universo.
Adiestran a las nuevas generaciones en la amnesia, y juro que lo están consiguiendo. Ayer no existe, mañana no ha de llegar, no para ellos, flamantes habitantes de un presente eterno y sin aristas, en el que con un solo cachivache podrán mantener ocupados todos sus agujeros sensoriales, permanentemente conectados, zombies a tiempo completo que recorrerán las que fueron nuestras ciudades desprovistos del menor atisbo de conciencia, ahítos de realidad, de la única realidad posible: la de los cables enredados en su inequívoca constatación de la nada que hay que rellenar con imágenes, musiquitas, tonitos, mensajes multicolores con un fondo de amplio espectro cultural: nada por aquí, nada por allá, y vota tu favorito con un sms y recibirás una hermosa colleja en tres dimensiones, con saltito hacia delante y burger de regalo, bien, coño, bien.
Así que a nosotros, los vejestorios, los demodé, los resentidos, nos queda poco más que fermer la bouche y seguir con esas extrañas costumbres nuestras: leer librajos, de esos que no aparecen en los montones prêt-a-porter de los centros comerciales, conversar utilizando abstrusas secuencias compuestas por más de veinte palabras diferentes (¡qué desperdicio, qué poca conciencia digital!) y joder la marrana en nuestro rincón, a la espera de la gran cita en el cementerio de elefantes modélico que creemos (¡inocentes!) estar ganándonos con nuestra conducta de ciudadanos ejemplares, críticos, conscientes del desastre inevitable…